martes, noviembre 01, 2005

Mirando Valparaíso desde un muro de contención



Trepan,
los colores, los colores trepan,
sobre Valparaíso trepan los colores,
y las nubes se pierden sobre el horizonte,
sobre un viento, sobre un viento y el mar
que nos hace volver a pensar,
que la Tierra es plana, tan plana que se pierde
tras el horizonte, como se pierden las nubes.
Y una luna cuelga, cubierta a medias por una moneda,
como aplastándola.
Aquí, al cielo se le cayeron las estrellas
sobre los cerros del puerto,
desplegando caminos de estrellas
en los cerros de Valparaíso.
Más abajo, el mar, el mar que encierra
a los barcos por todos lados,
a los barcos que descansan en la bahía.

Valparaíso es como una mujer dormida,
que duerme con las estrellas cubriendo su vientre,
sobre sus caderas, y el perfil
recortado contra el cielo.
Los autos ruedan y pasan,
y las nubes se pierden sobre el horizonte,
como la polvareda de alguna batalla
que, alguna vez, fue, pero que nadie ganó.
Todo está quieto, todo permanece quieto
esperando quebrarse de pronto, ...
o quizás nunca.
Es que tal vez Valparaíso es un poco eso:

una paz esperando el fin de su propia tragedia.

Dolor de cabeza, dolor en la cabeza
de autos rodando debajo de un puente,
y un muelle metiéndose en el mar,
como un pato que recién aprende a nadar.
(¡Dicen que los marinos NO saben nadar!)

Parece que la mente es más rápida que las palabras.
Y la mente ES más rápida que las palabras,
porque las estrellas siguen pegadas
a las caderas de Valparaíso.
Y una luz me acaba de guiñar
desde el ombligo de un cerro, mientras los trenes,
se hacen invisibles, detrás
de la publicidad chillona de sus carros.

Valparaíso da la espalda a Reñaca,
y estos cerros se acuestan
dando la espalda al mar, para
cubrirse de las olas, porque
la noche está fría y las nubes, a lo lejos,
se pierden oscuras bajo el horizonte.


Me pregunto, si acaso Valparaíso,
siempre está de fiesta, pues,
su noche, es más clara que su día,
más diáfana, más iluminada.
Creo que hay alguien,
que tiene atada la ciudad a esta bahía,
y así también sus barcos y el mar,
y la luna que cuelga, aplastada
por una moneda, y
que ya es sólo una línea de luna,
una luna lineal, que se columpia callada,
desde el último piso del puerto...

Todos los derechos reservados, Ricardo Pastene, Valparaíso, Junio, 1996.-